martes, 9 de febrero de 2010

En el Día del Periodista: homenaje al colaborador silencioso

"¿La diferencia entre la escuela y la vida? En la escuela, te enseñan una lección y luego te hacen un examen. En la vida, te hacen un examen que te enseña una lección" - Tom Bodett (1955 - ), escritor estadounidense.





En este Día del Periodista: un homenaje a los colaboradores silenciosos que hasta hoy han resultado vitales para el periodismo tal como se ejerce en nuestro país. Es decir, a los conductores que trabajan para la redacción de los diarios y noticieros.

Y digo “hasta hoy”, porque mucho me temo factible que, tal como en otras partes del mundo, los responsables de las finanzas terminen por decidir que resulta más barato alquilar el transporte para sus reporteros que mantener para ellos una plantilla propia de conductores y una flotilla de vehículos.

Esto representaría una gran pérdida. Recuerdo más de un reportaje que nunca hubiera pordido hacer de no haber sido por la experiencia de algún conductor, y no me refiero sólo a su arrojo y pericia al volante, o su profundo conocimiento del mapa de la ciudad y sus atajos, sino a que, tras años de acompañar a los reporteros en sus labores diarias, estas personas llegan a desarrollar un sentido propio del ejercicio del oficio, y una visión cercana y profunda del mismo, que sencillamente es imposible adquirir en una universidad, por muchos títulos que se hayan obtenido.

De los tiempos en que yo era un recién egresado y tuve la oportunidad de comenzar a trabajar para este diario, recuerdo las inapreciables lecciones que sobre mi propia profesión me dio Pedro Acosta, quien ya había pasado 15 años llevando y trayendo periodistas de El Heraldo y antes había sido linotipista del ya dos veces desaparecido Diario del Caribe. Para entonces, Pedro tenía edad suficiente como para ser mi abuelo, y en ocasiones se portaba como tal.

A veces, mientras recorríamos las trochas y veredas de los asentamientos humanos más apartados del Departamento del Atlántico, cuyos municipios eran mi responsabilidad informativa por aquellos días, Pedro detenía el vehículo (una camioneta LUV de 4 puertas o un jeep Suzuki, por lo general), y me dirigía una mirada cargada de reproche, diciéndome: “ajá, huevoncito, ¿no vas a hacer la foto?”.

Entonces yo sabía que algo se me estaba escapando –algo que a Pedro le parecía importante–, y miraba a mi alrededor sin descubrir en el paisaje nada que me a mí me resultara noticiosamente interesante.

Ante mi despiste, ignorancia o simple falta de experiencia, él simulaba enfadarse conmigo y terminaba haciéndome ver que el cauce de un un arroyo estaba cegado ilegalmente por algún terrateniente de Repelón, impidiendo que el agua regara las parcelitas de un caserío vecino; que los niveles de alguna ciénaga de Piojó eran históricamente bajos, o muy altos para la temporada; que ya había comenzado la cosecha de ciruela en Campeche, o que se había retrasado ese año.

“Yo puedo manejar a través de todo el Departamento, desde Puerto Colombia hasta Campo de la Cruz, sólo por trochas y sin utilizar para nada ni una carretera”, podía presumir Pedro cuando yo regresaba al vehículo, después de hacer la foto de lo que él me había revelado.

Y era verdad que podía hacerlo, pero yo sabía que lo decía sólo para que le respondiera que yo no le creía ni una sola palabra (para decirlo aquí suavemente), cosa de iniciar una discusión en la que él me amenazaba con contarle “al Director” que yo era un fraude y un fracaso como periodista, y yo diciéndole a él que era un viejo gagá.

¿Por qué no pides de una vez la jubilación?, le preguntaba, a pesar de que ambos sabíamos perfectamente que el valor de su información y de su experiencia acababa de quedar, una vez más, sobradamente demostrado, y que había dejado entre mis manos la semilla de un nuevo reportaje.

Es disparatado, por motivos de espacio, mencionar por su nombre, apellido o apodo a cada uno de estos maestros que he tenido la suerte de conocer a lo largo de mi vida profesional en las miles de horas que he pasado sentado al lado de ellos en un vehículo o frente a una botella, y a todos les estoy profundamente agradecido.

Pedro Acosta es simplemente el mejor ejemplo que recuerdo de lo que intento expresar en este texto. Me enseñó más de mi ocupación actual que varios profesores universitarios, y ninguna universidad ni título me podría haber enseñado lo mismo que él.

Pienso que precisamente en estos tiempos, cuando las facultades de periodismo cierran sus puertas a profesionales con una experiencia que podría servir de mucho a sus alumnos por el hecho de que estos profesionales no tienen en su currículum un postgrado, resulta más que justo hacerles un homenaje a todos aqullos fieles colaboradores en este día, el Día del Periodista (9 de febrero y no 4 de agosto, como pretende Uribe), por el enorme aporte que a través de los años han hecho a este oficio, engradeciéndolo.





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