Imagen: cualquier parecido con los efectos del terremoto es pura coincidencia. Esta imagen es de la tragedia antes de la tragedia.
"La Caridad es injuriosa a menos que ayude al receptor a liberarse de ella" - John D. Rockefeller (1839-1937), industrial estadounidense.
Todavía ayer los noticieros de televisión mostraban imágenes de personas rescatadas de debajo de toneladas de escombros en Haití, después de sobrevivir más de 72 horas sepultadas. Todos hablaban de milagros.
Pero no parece muy lógico ver milagros en nada de esto, al menos en caso de que estemos hablando de milagros divinos, los que, por cierto -- según creo--, son los únicos milagros que existen. Y cualquier participación de Dios en estos hechos sólo puede ser considerada delictiva.
Porque, al contrario de lo que ocurre en el caso de los milagros, lo que hay detrás de cada rescate es trabajo humano, duro y arriesgado.
¿O es que Debemos estar agradecidos por el hecho de que el Señor del Universo permita que un puñado de personas se salven entre las más de 200.000 que murieron cuando aquel señor decidió demostrar lo terrible que resulta el poder de su ira divina precisamente en el país más miserable del hemisferio?
Con milagros como éste, ¿quién necesita maldiciones?
¿Cuántas personas más murieron asfixiadas por la piedra y la oscuridad, esperando la ayuda horriblemente en vano? ¿Cuántas fueron inmediatamente aplastadas?
Los esfuerzos colectivos e individuales de los heroes que se dedican a rescatar a sus prójimos y aliviar a los sobrevivientes de esta tragedia son conmovedores, pero lo que se necesita para ayudar a Haití, una nación ya bastante destruida antes del terremoto, no son milagros ni oraciones sino menos hipocresía.
Entre los países que han enviado equipos de socorro, equipos médicos y materiales de supervivencia se encuentra Estados Unidos, perenne invasor de Haití y aliado descaradamente con los gobiernos que han favorecido los negocios de sus multinacionales a cambio de que El Imperio se haga de la vista gorda ante la corrupción, los abusos y horribles atropellos a los derechos humanos. A este respecto, cualquier parecido con Colombia no es mera casualidad.
Y también se ha hecho presente Francia, país que se las arregló para mantener viva en la práctica una esclavitud que oficialmente ya estaba abolida cuando las tropas galas se marcharon tras la independencia de la isla, exigiendo indemnizaciones económicas que los haitianos tuvieron que pagar durante ochenta años, so pena de un bloqueo militar y económico.
Ahí está también --¿cómo no?-- la ONU, que también ha desplegado en varias ocasiones sus tropas en Haití para reprimir las manifestaciones de descontento popular ante la injusticia social, como cuando disolvieron a bala las marchas que los haitianos organizaron para exigir a la oligarquía industrial que respetara una disposición, ya entonces aprobada en ambas cámaras legislativas, encaminada a incrementar el sueldo mínimo diario de los trabajadores de 2 a 5 dólares.
La colaboración y entrega de los cuerpos de socorro y equipos médicos y humanitarios, así como el trabajo de los ingenieros y de los servicios de suministro de agua potable y de alimentación, son vitales en este momento, pero para pasar sobre la barrera de hipocresía mencionada hay también iniciativas de fondo muy lógicas e interesantes.
Como la de la plataforma española ¿Quién debe a quién?, la cual le exige al gobierno la abolición inmediata de la “deuda” pendiente que por 30 millones de euros tiene Haití con España.
Y éste no es más que el primer paso entre muchísimos pasos que hay que dar, en caso de que en realidad el Primer Mundo quiera compensar a los hermanos haitianos por tantas décadas de oportunidades robadas sin misericordia.
Punto aparte: Hablando de misericordia, una perla soltada por José Munilla, el ultraconservador obispo de San Sebastián, en Euskadi. El religioso le recuerda a sus feligreses que “nuestra pobre situación espiritual” es “quizá un mal mayor” que el terrible drama que atraviesan millones de haitianos en este momento, y les recomienda a los vascos españoles o a los españoles vascos (por contradictorias que parezcan ambas expresiones para algunos) no desperdiciar lágrima sino, más bien, “llorar por nosotros”. Momento perfecto para decirlo, ¡no vayan a parar al extranjero las donaciones para el episcopado! ¿Tendrá televisor el obispo? En todo caso, el televisor sí que tiene obispos. Demasiados. Y algo (todo) me dice que el obispo también tiene televisor. Pantalla plana y más grande que el mío, pero que simplemente no sintonizamos los mismos programas. Y la sintonía es aquí, simplemente, una parte del problema.
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