miércoles, 25 de noviembre de 2009

Toxicidad



Al viajar dentro de mí mismo, por los espacios siderales que se extienden entre el tejido subatómico de mi organismo, debo reducir infinitillonésimalmente mi escala del tiempo, ya que cada segundo de mi dimensión normal equivale a billones de eones en ese mundo submicroscópico. Puedo pasar miles, cientos de miles de años explorando las infrarregiones de mí mismo y mientras tanto, en mi propia dimensión, sólo habrá pasado una fracción de segundo. De esta manera, he descubierto en mis huesos un universo de lentos mundos blancos y de astros muy dispersos en mi cerebro; abundan los planetas de atmósferas corrosivas en mi sistema digestivo, cometas de fuego surcan mi sangre, y mis anticuerpos son como gigantescos agujeros negros que devoran galaxias. Ninguno de estos mundos está habitado ni es habitable. Soy un sistema tóxico.


lunes, 23 de noviembre de 2009

El mundo se va a acabar: adiós al tercer periodo de Uribe


"Lo que la oruga llama fin del mundo, el sabio lo llama mariposa" - Richard Bach (1936- ), escritor estadounidense, autor de Juan Salvador Gaviota.





El fin del mundo es una industria rentable.


Los sacerdotes de numerosísimas religiones la han explotado durante milenios, desde los mayas hasta los incas, desde los cristianos hasta los musulmanes, como una de las principales excusas para gobernar a sus fieles mediante el temor y el terror.


El hecho de que nuestro mesianismo, esa esperanzada fe en el advenimiento de un mesías justiciero y redentor que descienda algún día en su trono de nubes y rayos a decretar vacaciones gratuitas y permanentes para la humanidad, esté tan inevitablemente ligado a nuestro evidente gusto por lo catastrófico, por lo apocalíptico, es un reflejo inevitable de la naturaleza humana.


Esa misma naturaleza que le imprimimos o contagiamos hasta (o sobre todo) a los dioses que hemos creado en nuestra imaginación.


Ese ingenuo mesianismo guarda una estrecha semejanza con un postulado orwelliano que tanta carrera ha hecho en la política internacional -- y especialmente en la nacional--, según el cual sólo mediante la guerra es posible la paz.


Porque los creyentes en un milagroso atajo hacia la felicidad absoluta también suelen predicar o creer a quien predica que, antes de conceder estas ansiadas y merecidas vacaciones eternas a los justos, el mesías destruirá o condenará a un fuego igual de eterno a los injustos, a los pecadores; que somos la gran mayoría de los mortales, por definición.


Una auténtica carnicería. Es como si la política de la Seguridad Democrática fuera aplicada al tajante estilo de la divinidad. Miles de millones de falsos positivos, y todos en un sola jornada, la del Juicio Final.


¿Puede haber un síntoma más patente de inmadurez moral y espiritual?


Albert Einstein, una de las mentes más privilegiadas que haya pasado por este planeta, comentó: "el comportamiento ético de una persona debe estar efectivamente basado en la empatía, la educación y los vínculos sociales; ningún fundamento religioso es necesario. El hombre estará, de hecho, en una pobre situación si debe ser reprimido por el miedo al castigo y la esperanza de una recompensa después de la muerte".


Hollywood y la industria editorial también sacan su tajada del ponqué apocalíptico. Especialmente ahora, aprovechando ese intento de hacernos creer que, más allá del 2012, nanay cucas. Kaputt. Finito. The End.


Ya van más de 200 libros publicados hasta la fecha sobre el tema, por no hablar de programas televisivos ni de otros medios de esparcir la desinformación.


Las profecías del calendario maya, las de San Malaquías, las de Nostradamus, las de Edgar Cayce, las de la Gran Pirámide, las de los indios hopis, las védicas y hasta las de la madre que los parió sirven ahora como argumento para apoyar las tesis de los portavoces de la destrucción total.


También las de que aquellos que insisten en que, si no total, al menos sí habrá una catástrofe lo bastante fuerte como para que tengamos que volver gateando a las cavernas o -- según los más optimistas entre los pesimistas- como para que nos veamos obligados a fundar un nuevo mundo asombrosamente parecido a una comuna hippie global, llena de paz, amor acuariano, huertas caseras, bacanería y buena voluntad, tal como el planeta soñado por John Lennon cuando le recomendaba a sus prójimos "to imagen all the people living life in peace".


Sumémosle a todo esto las amenazas reales, o sea, el calentamiento global y la destrucción del medio ambiente, la proliferación de los arsenales atómicos, la mutación de los virus tradicionales y la perversa invención de virus nunca antes imaginados…, es decir, todos los ingredientes de ese hara- kiri colectivo, ecológico y ambiental que practicamos con el ímpetu de nuestra innata turbulencia, y el negocio resultará todavía más --nunca mejor dicho-- prometedor.


Por si fuera poco, no hay que olvidar tampoco la repetitiva advertencia de los astrofísicos en el sentido de que el Universo es como un gran juego cósmico de canicas, y de que en cualquier momento un asteroide errante bien puede surgir de las profundidades del espacio sideral para chocar contra el nuestro. Y adiós luz, que te guarde el cielo.


Pero, en medio de toda esta paranoia, toca verle el lado bueno a las cosas. O, los lados.


El primero es que, aceptémoslo (y lo sabe cualquiera que haya visto Jurassic Park), hubiera sido muy incómodo compartir este planeta con el Tiranosaurio Rex.


En segundo lugar, si el mundo se acaba de nuevo en el 2012, Uribe se quedaría con los crespos hechos y veríamos nada o muy poco de su tercer periodo en la Oficina de Nari.


Está visto, no hay mal que por bien no venga.





Punto aparte: una compañía de seguros canadiense le ha retirado su pensión por baja laboral a una mujer diagnosticada con una "depresión severa" porque, según abogados, la mujer en realidad es feliz. ¿La prueba? Aparece sonriendo en unas fotos que ella publicó en su página de Facebook. Mucho ojo. El Gran Hermano nos vigila.